Ahora que sufrimos este maldito confinamiento, esta maldita epidemia, donde uno se siente enjaulado dando vueltas por la casa como si de un oso enjaulado se tratara, me vienen a la cabeza múltiples vivencias del pasado.
Recuerdo que muchas noches cuando volvía después de un largo día de trabajo y luego de pasar por la escuela nocturna, dejarme caer por casa de Cristóbal. Siempre era bienvenido, recuerdo a su madre, entrañable y a su padre curtido por el trabajo duro.
A Cristóbal y a mí nos gustaba hablar de muchas cosas, hablábamos de política, de lo humano y lo divino, y como no de pintura. Éramos unos chavales, pero nos encantaba arreglar el mundo.
Cristóbal me enseñaba sus últimos dibujos que yo observaba con admiración y sana envidia, siempre me llamó la atención esa facilidad para dibujar y pintar sin maestro, yo en ocasiones lo intentaba, pero parece que lo mío fue el dibujo técnico…
Recuerdo también, jajaja, de posar para algún retrato y quedarme dormido, así que el me pintaba durmiendo, después nos reíamos al verlos. Hace unos pocos días que compartimos mesa con otro gran amigo común Juancar y recordamos algunos de aquellos momentos y volvimos a reír. Nos llamó la atención lo estupendo que le vimos. Creímos que después de tanta lucha por la vida, que después de tanta batalla librada contra la maldita enfermedad, que después de luchar contra el desgarro que le produjo la muerte de su querido sobrino, creímos como digo, que lo tenía superado, que había vencido. Ingenuos, tan ingenuos como en aquellas noches en que soñábamos como cambiar el mundo…
Querido amigo, espero que allá donde te encuentres llenes con tus pinceles un entorno de color y luz como tanto te gustaba.
Hasta siempre compañero, hermano, amigo.